Una Good Hour para los padres
La mejor forma de poner a punto un masaje para el Día del Padre es con dos padres recién estrenados que acuden al spa de Lush; dos padres que sacan el tiempo de donde no lo tienen y que duermen poco.
Invitamos a Tim, padre de dos peques y desarrollador digital, y a Julia, su mujer, al spa de Lush en Poole para un tratamiento doble de The Good Hour para aliviar tensiones. Los dos han tenido hace poco una niña. Tim nos cuenta si fueron capaces de dejar los pañales y los berrinches en la puerta del spa…
Del caos...
El día empezó más o menos como los demás: esforzándonos para que nuestro hijo, Alex, bajara las escaleras, desayunara y se vistiera; y también debatiendo sobre si tenía que ponerse un camiseta de manga larga o un jersey, y todo esto mientras intentábamos dar de comer a Emily, que tiene nueve semanas. Los niveles de cortisol subían y aún no había rastro de una taza de té.
Pero había algo diferente ese día: mi mujer y yo íbamos a recibir The Good Hour, un tratamiento de spa de 70 minutos que nos evitaría tener que estar tomando microdecisiones cada minuto. Como padre y persona introvertida, tenía un poco la mosca detrás de la oreja. ¿Cómo me iba a relajar después del caos mañanero? ¿Por qué me había comido media tarrina de helado la noche anterior? (Ahí ya sabía que me tendría que desnudar de cintura para arriba al día siguiente frente a un extraño). Mi mujer, Julia, se preguntó qué pasaría si le salía leche de los pechos en mitad del masaje. Resultó que todos esos miedos eran infundados.
...a la calma
Llegamos temprano y nos recibieron con una sonrisa y dos tazas de agua. Nuestras masajistas se presentaron: eran Emma y Marta, y nosotros nos pusimos con un poco de papeleo. A cualquiera le gusta un poco de papeleo, porque normaliza la situación. Después de unas preguntas rutinarias en cuanto a alergias y al historial médico, Emma nos presentó cuatro barritas de masaje que olían divinamente, una gelatina con una apariencia bastante exótica y una bomba de baño llamada Big Blue. Cuando explicó los ingredientes y los beneficios de cada producto, elegimos nuestras barritas de masaje (mi mujer, Therapy¿; yo, Hottie). Después entramos en harina.
En la sala en la que nos iban a dar el tratamiento pusieron sonidos oscuros y chirriantes de una cabina de barco, y el aire estaba cargado de sal por la Big Blue. Pese a las paredes forradas de madera oscura, los cuadros y la decoración que también conformaban la atmósfera, era un lugar familiar y confortable. Antes de salir de la sala, Emma y Marta nos pidieron que nos desnudáramos de cintura para arriba, que nos pusiéramos cómodos en las camas y que tocáramos una campanilla que había allí para que nuestras masajistas supieran que todo estaba en orden para comenzar.
Marta empezó tratándome los hombros con suavidad; habíamos hablado previamente que necesitaba un extra de atención (es lo que tiene estar encorvado frente al portátil y gatear detrás de un bebé). Me movió la cabeza a un lado, luego al centro y al otro lado después, de modo que no se dejara un músculo sin tocar. En un abrir y cerrar de ojos, nos habíamos transportado del embarcadero de Poole al Canal de la Mancha; de aquel espacio cálido y seguro a un lugar de hombres que gritaban mientras trabajaban. La música era un folk inglés bueno. Las canciones marineras y los fragmentos de conversación creaban una atmósfera que hacía que tu imaginación volara lejos. La música casaba con el tempo y la intensidad de la masajista y el canto de los pájaros llenaba los momentos en los que había más tranquilidad. Me sentí completamente transportado y a menudo se me olvidaba que mi mujer estaba muy cerca, recibiendo el mismo tratamiento.
¡Bon voyage, tensión!
El tejido profundo del masaje fue lo que más me benefició. Marta me encontró muchos nudos en la espalda y en los hombros y sentí cómo se desvanecían cuando los trabajaba con una técnica llamada «punto gatillo». Se trata de una técnica que consiste en presionar con firmeza el nudo para privarlo de oxígeno. Al retirar la presión, la sangre fresca arrasa con el ácido láctico y las toxinas. Cada nudo tratado fue un auténtico alivio. Suponía que tendría unos pocos, ¡pero no pensaba que fueran tantos! Inmediatamente después sentí los hombros descargados y flexibles. Estaba feliz y un poco aturdido.
Cuando el tratamiento terminó, Marta me susurró que me levantara cuando yo quisiera y que me vistiera para disfrutar del té que nos esperaba fuera de la sala. Julia y yo nos incorporamos lentamente y nos miramos; nos reímos de pura felicidad. Cuando salimos y nos dio la luz, no solo nos estaban recibiendo con té, sino también con ron, un ron oscuro y delicioso en un té negro. No hay nada mejor para después de que te hayan trabajado los músculos. Salimos con mucha vitalidad y creatividad, con la fuerza suficiente como para lidiar con cualquier cosa, incluso con un bebé.
¿Te ha resultado inspirador? Dale el gusto a tu padre (o tu pareja, que trabaja duro) con un tratamiento spa este Día del Padre. Es más: ¡todas las madres!, poneos manos a la obra y enteraos de todo lo relativo a los tratamientos dobles aquí.