El perfume en el Renacimiento italiano
El perfume no siempre ha sido algo ligado al placer. En el Renacimiento italiano, podía dar salud o prevenir enfermedades. Toma asiento: te contamos el poder medicinal que tenía el perfume.
Durante siglos, la medicina se basó en la teoría de los humores, es decir, en la idea de que el cuerpo estaba hecho de cuatro «humores» que precisaban de un correcto equilibrio para que la persona pudiera conservar una buena salud. Estos humores (fluidos) se relacionaban con diferentes temperamentos: melancólico, flemático, sanguíneo o colérico. Por ejemplo, alguien temperamental o fácilmente irascible se describiría como colérico; en cambio, si tenías un buen carácter, eras sanguíneo.
Se creía que los humanos tenían estos cuatro humores en proporciones diferentes, con alguno de ellos preponderante a veces. Los ajustes de la proporción de los humores en el cuerpo explicaba los cambios en el estado de ánimo o los problemas físicos de salud. Y esto se extrapolaba a una forma mucho más amplia de entender el mundo en la que todas las cosas con vida reflejaban las cualidades de los cuatro elementos; estos podían convertir las cosas con vida en calientes, frías, mojadas o secas.
Las plantas y sus propiedades
Las plantas, los animales y las personas tenían su propia naturaleza y podían ser calientes, fríos, mojados o húmedos. El limón, por ejemplo, se consideraba frío y seco porque es refrescante y hace que la boca se arrugue y se seque. El jengibre, la pimienta y el clavo entraban dentro de los calientes. Por tanto, la comida también se veía como una forma de medicina. De la misma manera, los aromas también tenían este poder. Se pensaba que los olores eran partículas de materia que transportaban las mismas cualidades de la sustancia de la que se originaban. Así pues, cuando olías una rosa, también estabas inhalando partículas minúsculas de esa rosa, y el perfume ofrecería los efectos terapéuticos que se buscaban.
La cura de los contrarios
Los desajustes de los humores podían corregirse mediante la «cura de contrarios», esto es, la aplicación de sustancias con cualidades opuestas. Por ejemplo, un resfriado típico (una enfermedad fría y húmeda y, por tanto, flemática) podía tratarse con miel, limón y jengibre calientes. Las propiedades cálidas y secantes de esta combinación de ingredientes equilibraba el exceso de flema en el cuerpo.
Corrigiendo el aire
En esta época, el aire era especialmente importante a la hora de mantener una buena salud. Transportaba olores y podía dar salud o inducir a la enfermedad. El aire «bueno» era claro, ligero, dulce y se movía libremente; el «malo» era pesado y llevaba olores desagradables y enfermedad, así que solía utilizarse como justificante de las plagas y de las epidemias.
Como el cuerpo podía reequilibrarse mediante la aplicación de contrarios, el aire podía rectificarse mediante el uso de los olores. El aire frío y húmedo del invierno podía corregirse mediante el uso de una fragancia caliente y seca. Muchos de los olores que asociamos con la Navidad, la canela, la nuez moscada, el clavo o la cáscara de naranja son calientes y secos y serían especialmente poderosos si se quemaran (además, el propio fuego también calienta y seca el aire).
El perfume también se pulverizaba en las habitaciones y en el suelo y se usaba en sólido para expandir el aroma por el aire lentamente. El método de aplicación escogido debía ofrecer beneficios físicos que fuesen de la mano con las propiedades asociadas a los ingredientes utilizados.
Perfumando la esencia
Se reconocía de forma clara el papel que jugaba el perfume en nuestro estado de ánimo. En el Renacimiento, se creía que la esencia de cada persona era la responsable de las emociones, también conocidas como «las pasiones del alma».
La esencia era muy voluble y, aunque las pasiones eran saludables con moderación, las reacciones repentinas podían ser fatales; podías morir literalmente de sorpresa o emoción, debido a que tu esencia salía corriendo del cuerpo o se metía demasiado dentro (lo que causaba desmayo o parálisis).
Por suerte, se podían controlar con el uso de los aromas. Los olores fuertes (como las sales aromáticas) se usaban para darle un empujón a la esencia y sacaban al paciente de la inconsciencia; los olores dulces (perfumes, flores, aire fresco) daban felicidad.
El perfume personal
El perfume se daba bajo distintas formas: los guantes se maceraban en agua de flores, se suavizaban con aceite de almendra y se perfumaban bien con almizcle, ámbar gris y civeta para eliminar el olor del proceso de tinte; el lino se perfumaba con raíz de iris en polvo; las pastillas de azúcar, elaboradas con agua de rosa y perfumadas con ingredientes fuertes como el almizcle, la civeta, el ámbar gris, la canela y el clavo se diseñaron para tenerlas en la boca y «endulzar» el aliento; los pendientes, los botones, los collares y los anillos estaban hechos de resinas perfumadas y las pomas, unas bolas rellenas de diferentes ingredientes colgadas al cuello, se llevaban para que las necesidades humorales de las personas estuviesen protegidas del aire malo acechante. De hecho, existen testimonios de monjas que se desmayaban porque el olor de los rosarios era demasiado fuerte.
La fragancia personalizada no es nada nuevo: era algo fundamental en el uso de los perfumes en el Renacimiento italiano. Se trataba de un perfume que se te recetaba en función de tus necesidades humorales.
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